El nombre que adopta un nuevo papa va más allá de un formalismo. Es la primera decisión que toma tras ser electo en el cónclave y refleja su visión doctrinal, prioridades y misión espiritual de su pontificado. Se conoce después que el Cardenal Protodiácono se presenta en el balcón central de la Basílica de San Pedro y dice la frase “¡Habemus Papam! (¡Tenemos papa!). Luego, revela al mundo el nombre de pila y el nombre pontificio que ha elegido.
¿Cuál es el origen de esta tradición?
Adoptar otro nombre es una tradición de profundas raíces bíblicas, históricas y simbólicas. Se inspira en el gesto de Jesús al renombrar a Simón como Pedro. Según el Evangelio de Mateo (16:18), Jesús dice: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.

La práctica se consolidó con el Papa Juan II, quien ocupó el cargo entre los años 533 y 535. Y es que al nacer fue nombrado Mercurius y su elección como sucesor de Pedro planteó un dilema: ¿Podía el sumo pontífice de la iglesia católica portar un nombre pagano? En la mitología romana, Mercurio era el dios del comercio y de los mensajeros. Entonces, Mercurius tomó una decisión y eligió llamarse Juan, en honor a Juan I, su predecesor.
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Esto sentó el precedente que más tarde sería una norma no escrita.Pero no fue aplicada de inmediato. Se consolidó progresivamente entre los siglos IX y X, cuando la elección de un nuevo nombre comenzó a interpretarse como una medida de idoneidad y como una transformación simbólica del alma y la misión del pontífice.
Significado del nombre del papa
El nombre papal adoptado suele inspirarse en figuras que encarnaron virtudes o liderazgos que el nuevo papa desea emular. Francisco, por ejemplo, eligió ese nombre en 2013 en honor a San Francisco de Asís, como una señal de su compromiso con los pobres, el medio ambiente y la humildad dentro de la estructura eclesiástica.

Del mismo modo, su predecesor Benedicto XVI eligió su nombre para reflejar un ideal de reconciliación y paz, en referencia tanto a San Benito como al papa Benedicto XV, activo durante la Primera Guerra Mundial.
¿Cuál es el nombre que ningún papa ha repetido?
En casi dos milenios, ningún Papa ha elegido llamarse Pedro, como el apóstol. Es un mandato inquebrantable, pero no está dictado por ninguna norma canónica ni por impedimento legal. Es una decisión voluntaria que surge de un profundo sentimiento de humildad y reverencia hacia la figura del primer Papa de la Iglesia.

Pedro es el fundamento espiritual e institucional de la Iglesia Católica. Su papel como Vicario de Cristo y primer Obispo de Roma lo coloca en una categoría teológica única. Adoptar su nombre sería, en opinión de expertos, una indebida forma de pretensión espiritual.
Uno de los pocos Papas nacidos con el nombre Pedro fue Juan XIV, nacido como Pietro Canepanova. Al ser elegido Papa en el año 983, cambió su nombre y evitó así el título de Pedro II.
Nombres más repetidos y casos singulares
A lo largo de la historia de 266 papas electos, algunos nombres se han repetido en numerosas ocasiones. Juan ha sido usado 25 veces, Gregorio en 16 ocasiones, Benedicto, 16 veces. Mientras que Francisco es único.
Otro caso singular es el de Juan Pablo I, que en 1978 fue el primer Papa en elegir un nombre pontificio compuesto. Combinó los nombres de sus dos predecesores inmediatos, Juan XXIII y Pablo VI, como forma de señalar su intención de continuar con el legado y las reformas del Concilio Vaticano II, que impulsaron ambos.

Tras su repentina muerte con solo 33 días de pontificado, el nuevo papa adoptó el nombre de Juan Pablo II para honrar su memoria. Fuera de estos dos pontífices no hay registro de otros que hayan adoptado nombres compuestos.
Elegir un nombre, marca un destino. Y en el caso de los papas de la iglesia, que deben liderar a 1,400 millones de católicos, demuestra una tensión constante entre la continuidad y la renovación.
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