En el marco de las celebraciones patrias, la flor de izote se vuelve protagonista como uno de los símbolos más representativos de El Salvador. Reconocida oficialmente en 1995 como la flor nacional, este emblema se distingue por su belleza, su textura y su profundo valor cultural e histórico.
En el caserío Amatitán, en el distrito de Panchimalco, San Salvador Sur, varias familias han dedicado generaciones enteras al cultivo del izote. En este entorno montañoso y de clima húmedo, la planta logra desarrollarse incluso fuera de la temporada tradicional.
Israel Santos, agricultor de la zona, comentó que mientras en la mayor parte del país la flor solo se produce entre los meses de marzo y abril, en Panchimalco puede encontrarse durante todo el año, gracias a las condiciones propias del lugar.
Cecilia Vázquez, quien desde joven se dedica a este oficio, explicó que ella misma se encarga de comercializarlas, trasladando cada semana entre 50 y 150 flores al mercado de Panchimalco.
El proceso de cultivo y cosecha también refleja una herencia cultural. Los agricultores preparan sus herramientas con experiencia transmitida de generación en generación.
Más que una planta: el valor cultural y simbólico de la flor de izote
El valor del izote va más allá de su importancia agrícola o económica, ya que también tiene un significado cultural y simbólico profundo. Su importancia se remonta a tiempos prehispánicos. El historiador Ricardo Castellón detalló que las primeras referencias del izote están ligadas a la alimentación y al uso medicinal dentro de las comunidades indígenas.
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“Las primeras referencias que tenemos de la flor de izote tienen que ver con la alimentación. Podemos decir que los usos dentro de las comunidades indígenas nos remiten fundamentalmente a eso, tanto la alimentación como el uso medicinal”, subrayó el historiador.
Con el paso de los años, su relevancia alcanzó un plano cultural más amplio, hasta que en 1995 la Asamblea Legislativa la declaró flor nacional. Para Castellón, este reconocimiento también evocó la belleza de su floración y el sentido de paz y unidad que transmiten sus pétalos blancos.
La flor de izote no solo embellece los paisajes salvadoreños, sino que también se mantiene presente en la mesa de los hogares como parte de la gastronomía nacional, símbolo del legado cultural del país y de la importancia de conservar las tradiciones.
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