De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la disautonomía afecta a cerca del 1 % de la población global, es decir, alrededor de 70 millones de personas. A pesar de su relevancia, sigue siendo una afección poco comprendida y con escasa visibilidad.
La disautonomía es un trastorno que afecta al sistema nervioso autónomo, responsable de regular funciones involuntarias del cuerpo como la respiración, la digestión y el ritmo cardíaco. Esto puede alterar varios procesos vitales, generando síntomas como fatiga intensa, presión arterial baja, mareos y sensación de desmayo.
“La disautonomía se refiere en general a la alteración del control de las funciones autonómicas del cuerpo. ¿Cuáles son las funciones autonómicas? Aquellas que no depende de la voluntad como, por ejemplo, la función cardíaca, respiratoria, de los intestinos, el control de la sudoración, de las funciones glandulares del cuerpo”, explicó el neurólogo Ernesto Cornejo.
¿Por qué ocurre?
Existen varios tipos de disautonomía. Algunos no tienen una causa identificable (disautonomía primaria), mientras que otros aparecen como consecuencia de enfermedades como la diabetes, que puede dañar los nervios periféricos (disautonomía secundaria).
“Podemos tener dos grandes grupos: cuando la disautonomía se denomina primaria o cuando se denomina secundaria. Primaria quiere decir que no tiene una enfermedad propia que lo produzca, por ejemplo: las enfermedades que dañan el nervio, como la diabetes mellitus que puede dañar los nervios periféricos a lo largo de la enfermedad. Entonces, puede dar alteraciones motoras sensitivas y autonómicas también”.
Se vuelve un diagnóstico complejo
Detectar la disautonomía no siempre es sencillo. Muchas veces, los síntomas se confunden con otras enfermedades, lo que retrasa el diagnóstico y tratamiento.
“El cuerpo parece reaccionar sin control: presión arterial inestable, mareos frecuentes o desmayos. Es difícil de controlar porque no depende de la voluntad del paciente”, agrega el especialista.
El rol de los hábitos saludables
Aunque no existe una cura definitiva, un estilo de vida saludable puede mejorar significativamente la calidad de vida de quienes padecen este trastorno. Esto incluye una buena alimentación, descanso adecuado y actividad física moderada.
“Dejé la comida chatarra, duermo bien, hago ejercicio y me mantengo activa. Eso me ha ayudado muchísimo”, comparte Sonia Valladares, quien asegura haber logrado un mejor control de los síntomas.









