Panchimalco, San Salvador – En los pueblos más antiguos del país aún se escucha el relato de La Siguanaba, una de las leyendas más conocidas y aterradoras de El Salvador. Bajo la luz de la luna, aparece como una mujer hermosa, de largos cabellos negros y vestido blanco, que se muestra bañándose o peinándose junto a los ríos y quebradas.
Los hombres que la ven, hipnotizados por su belleza, deciden seguirla. Pero al acercarse y descubrir su verdadero rostro, el horror los consume: la Siguanaba muestra una cara deforme, a veces esquelética, a veces con rasgos de caballo. Este encuentro los lleva a perder el juicio, caer en desmayos o, según algunos relatos, a enloquecer para siempre.
La leyenda asegura que este espanto persigue principalmente a hombres mujeriegos o de vida desordenada. Por ello, los mayores siempre la han contado como una advertencia moral que busca corregir conductas a través del miedo.
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En Panchimalco, se dice que todavía hay noches en las que se escuchan sus lamentos entre los barrancos, como si buscara nuevas víctimas que sucumban a su embrujo. Los ancianos insisten que, para evitarla, los hombres deben llevar consigo un escapulario o rezar con fe.
Más allá del miedo, la Siguanaba representa el sincretismo cultural que mezcla raíces indígenas y tradiciones coloniales. Su historia se ha transmitido de generación en generación, convirtiéndose en una de las leyendas más representativas de El Salvador.
Hoy, entre mito y realidad, sigue siendo parte del imaginario popular: una advertencia que flota en las noches de luna llena y que recuerda a los hombres que no todo lo que brilla en la oscuridad es lo que parece.









