Un viernes como hoy, hace 39 años, el corazón de San Salvador se estremeció. En apenas unos segundos, un terremoto de magnitud 5.7 derrumbó edificios, sepultó sueños y dejó miles de historias marcadas por el dolor.
Una inmensa nube de polvo cubrió la capital. Entre los escombros del edificio Rubén Darío, uno de los símbolos del Centro Histórico, quedó atrapado Miguel Villeda, quien aún recuerda cómo la fe lo salvó.
“Vi cómo se quebró el edificio y mi único grito fue: ¡Dios mío! Quedé atrapado en una esquina por más de tres horas. Cuando me rescataron y vi todo destruido, me desmayé”, relató Villeda.
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Los rostros del desastre
El edificio Rubén Darío no fue el único símbolo del dolor. En San Jacinto, la Escuela Santa Catalina se vino abajo en segundos. Sus paredes cayeron sobre decenas de estudiantes y maestras.
Luz de María Reyes, una docente sobreviviente, revive entre lágrimas aquel momento. “Fue el movimiento y, de inmediato, la caída del edificio. Todo se llenó de polvo. Las niñas gritaban: ‘¡Seño, vámonos!’. Pero yo me quedé paralizada. Cuando logré salir, todo estaba en el suelo”, recordó Reyes.
Aún hoy, los gritos de las alumnas resuenan en su memoria. “Escuchaba: ‘¡Mamá, papá!’. Los oía lejos. No comprendí la magnitud del desastre hasta que vi los rostros de las niñas afuera. Dios mío, fue terrible”, dijo.
Fotografías: Cortesía.
Memoria que no se borra tras terremoto
En una esquina de aquella escuela fueron colocados los cuerpos de 42 estudiantes. Los padres llegaban uno a uno a reconocerlos, en medio del llanto y el polvo.
Margarita de Barraza, otra sobreviviente, nunca olvidará esa escena. “Era una tristeza inmensa. Los padres llegaban con la esperanza de encontrar vivos a sus hijos, pero los reconocían entre los cuerpos. No hay palabras para describir ese dolor”, comentó Barraza.
Las cifras oficiales fueron devastadoras: 1,530 fallecidos, 10,000 heridos y más de 200,000 damnificados. Sin embargo, los números no alcanzan para reflejar la magnitud del sufrimiento que cubrió al país aquel 10 de octubre de 1986.
Video / TCS. / Reportaje elaborado por: Fabiola Hernández.
El eco de la fe y la esperanza
Entre los sobrevivientes también está Rosa Hernández, quien atribuye un milagro a la salvación de su hijo. “Pensé que había muerto. Lo dieron por perdido, pero cuando lo encontré, le decía: ‘Hijo, estás vivo’. Yo sé que la Virgen y el rosario que le ponía cada mañana lo protegieron”, comentó Hernández.
Hoy, 39 años después, cada aniversario es una plegaria por los que partieron y un recordatorio de que San Salvador volvió a levantarse del polvo, con las cicatrices aún abiertas, pero con el mismo espíritu de fe y resiliencia.
